CAPITULO I
Con las primeras luces del alba gateando tras las montañas y mientras los huéspedes de la noche andan camino de su guarida, en la cuadra tintinean los aparejos, los estribos alzan la voz y es lo único que se escucha amén de los cascos de los caballos.
El silencio acompaña y se rompe con el susurro de las primeras voces, que hoy es un día importante, difícil y sobre todo trascendental en la vida del mayoral donde nunca hay dos días iguales. Hoy se embarca una corrida por eso Félix Majadas deambula de un lado para otro, para que todo esté a punto, cada uno en su lugar que en el campo hay un lugar para cada cual, e incluso su sombrero de ala ancha y el traje de corto que descansan en su mano.
Con la llegada de las primeras luces los caballos andan despacio entre los morlacos que reposan de la noche sin aparente movilidad y así, a la llamada de “puerta” se va embarcando la corrida de dos en dos o de uno en uno. Ajetreo de espuelas en los pasillos, puertas que se abren y se cierran y los toros que van entrando en el camión. Es el embarque una de las tareas de mayor responsabilidad para el ganadero que en este caso acompaña a caballo y para el mayoral pues no en vano están en juego las ilusiones y el trabajo de un buen puñado de años, los que tarda un toro en crecer hasta llegado este momento cumbre de dar la cara, por eso todo se hace con el sigilo de los duendes de la noche, con la tranquilidad con la que una rapaz sobrevuela el cielo azul y con el alma y el corazón a galope entre la suerte y el buen hacer.
Resoplidos de caballos que se entremezclan con el ronroneo de los cencerros de los bueyes, también imprescindibles en esta faena. Los jinetes con maña y al mando del mayoral van apartando a los elegidos y sacándolos del grupo sin escándalos, ni ventoleras que en el campo bravo se anda despacio, sin torbellinos ni manías. Se abren y se cierran cancelas y alguna liebre tempranera se levanta y los caballos galopan cuando el momento lo precisa pero sin aspavientos, muecas o alharacas. Es esencial que el mayoral, en este caso Félix que sabe hacerlo como nadie, temple los nervios y la sangre se enfríe que son momentos no sólo de riesgo y peligro para todos los participantes entre los que se incluyen los toros, hay que evitar a toda costa que éstos se alteren, sino de especial y singular andadura.
Forma parte del excelente y variopinto trabajo de un mayoral y que acompañe también la montura que son los pies de mayoral y el vaquero sobre la tierra de la mañana.
Cuando la tropa enfila la manga el cerco se estrecha y los animales toman el camino sin dilaciones. Es el momento de empujar con un leve galope al grupo que una vez en los corrales y con la misma serenidad se va apartando, los bueyes a un lado, los toros a otro.
Es una faena que precisa de mano firme y sobre todo de mucho sosiego pues el principal alma del mayoral en este momento es “la calma” que así es como se hacen las cosas en el campo, antes de que avispas y pajarillos inunden junto a los rayos del sol y la caló el día.
Finalizada la labor se desaparejan los caballos y Félix toma las fundas donde descansan el sombrero, qué elegante luce el mayoral en la plaza con su sombrero, y el traje pues los toros no viajarán solos sino que el mayoral los acompañará en este viaje sin retorno.
Es un día especial, muy especial, para el mayoral que desde el momento en el que parte el camión toma las riendas de acompañar como si fuera su tutor y mentor a los toros hasta la plaza. Ellos lo barruntan y tranquilos se dejan llevar por la suerte mientras el sombrero espera que de nuevo se abra la funda y se luzca en el día grande, el más grande sin duda, el día de la verdad y la corrida aunque antes hayan de acontecer aún un sinfín de acontecimientos.
Por el momento y con el sol ya por encima de las cumbres toros y mayoral viajan camino del destino.
Continuará…
Producción – UMAVACAM
Texto – MANUEL RIVAS
Fotografía – CARLOS CANALO DE MIGUEL
Idea original – CÉSAR BORREGUERO IGLESIAS
Una pasada…. el número 1…. el mejor …. Don Félix Majada