Con las primeras luces del día y tras un camino flanqueado por las carreras de los galgos, sobre la planicie desemboca la Ganadería de Peñajara donde un puñado de preciosos y aventados toros nos recibe. Andan inquietos pues es la hora del pienso.
Rafael Cerro el mayoral, sí han leído bien, Rafael Cerro el mayoral de Peñajara, ensaca con la ayuda de su padre el dulce y apetecible alimento mientras recorre el cercado contemplando a los animales con la inestimable fortaleza de unos abigarrados alanos, otra de sus pasiones, perros fieles y fortachones que acometen a los toros que revueltos se pegan. Cuántas vidas habrán salvado estos nobles y antiguos animales. Tras echarles de comer y mientras todo vuelve a una aparente normalidad Rafael toma un saco y se marca unos naturales al viento suave y fresco de la mañana porque Rafael que dice haberlo aprendido todo de su padre y de su hermano, además de cuidar y manejar al bravo también lo torea cuando se viste de luces.
No cabe la menor duda de que desde su privilegiada situación aprende a conocerlos, a entender su bravío carácter o su inigualable nobleza. Es la ventaja de convivir con ellos a diario, de compartir la vida en los cerrados, una pasión desmedida y una entrega en cuerpo y alma inestimable. Rafael no sólo los estudia como hombre de campo sino que como torero barrunta su conducta, sus miradas de ojos vivos y encendidos.
Hoy toca encerrar a unos animales, es el día a día del mayoral, para enfundarlos así que sin el menor ápice de pereza Rafael ensilla una jaca grande y poderosa y sin más ayuda que sus conocimientos y su astucia encierra un buen puñado de toros sin el menor problema. Son las cosas del manejo diario lo que permite que la siempre complicada tarea de embarcar resulte tan sencilla, que no lo es sino más bien lo contrario pues supone un alto riesgo tanto para el mayoral campero como para los propios animales que una vez que la manga se achica se enzarzan y calientan propinándose arreones y cornadas, por eso es tan importante la labor del hombre que los conoce y en cuya voz, la del día a día, confían; si en la lejana Hollywood hay hombres que susurran a los caballos en la España campera y brava hay hombres que, como Rafael o cualquiera de los conocedores y mayorales que pueblan la campiña brava, susurran a los toros. También sus fieles compañeros, los medievales alanos le acompañan siempre en guardia.
La mañana transcurre con las faenas de campo: el repaso diario a los animales, el recorrido minucioso de las alambradas y sobre todo el mimo con el que este joven mayoral cuida a sus toros de colores porque son coloridos y fantásticos los animales de Peñajara. Galopando al viento con su preciosa jaca parece un jinete de otros tiempos. Hay carreras y resoplidos y calentura sobre la tierra áspera y parda por eso toca armarse de pericia y echar el resto para que todo transcurra con aparente normalidad.
Cerca del mediodía, cuando los hombres de campo se retiran a su descanso Rafael se acerca al carretón y cambia de profesión pues toca vestir al alma de torero y enfrentarse al destino sin perros ni caballos, sólo con el runrunear del espíritu y la ayuda del trazo de una frágil y sutil muleta. No es el único caso en la historia pues hay hombres que antes de tomar espuela y garrocha vistieron de luces pero sí es el único que lo hace en activo. Rafael es pues un mayoral torero o un torero mayoral que tanto monta, monta tanto.
La tarde le espera y con ella unos torazos de Dolores Aguirre que aguardan en suerte, así que sin cambiar de piel, Rafael se enfunda en su otra pasión, la de maestro y hombre de luces. La plaza es un hervidero de sonidos tan diferente a la quietud del campo bravo que asusta pero ¿acaso hay algo que asuste a un torero?
Suenan clarines y timbales y Rafael que despertó siendo hombre de campo y que a medida que la tarde se cuaja toma camino del albero donde su sombra se mueve al compás de la música, porque es música y pura poesía lo que se respira en las plazas de toros.
Todo está preparado y la suerte echada.
Qué lejos parece quedar el campo donde los pájaros cantan y los árboles se mecen caprichosos, qué lejos la figura de sus fieles alanos, la señorial fortaleza de su caballo; ahora no, ahora es el hombre vestido de luces quien se enfrenta al destino en una plaza de toros. No es fácil describir naturales como si fueran terciopelo, sin embargo mece la muleta parando el tiempo al atardecer.
Cuando las últimas luces del día se apresuran a esconderse tras las montañas de poniente el hombre acaba su faena y regresa al campo donde le aguarda su caballo, sus perros y la soledad de vivir por y para el Toro, y así comenzar un nuevo día lleno de ilusiones y de retos.
Producción – UMAVACAM
Texto – MANUEL RIVAS
Fotografía – CARLOS CANALO DE MIGUEL
Idea original – CÉSAR BORREGUERO IGLESIAS
PRECIOSO COMENTARIO Y BONITO REPORTAJE,YA QUE TU TE LO MERECES ESO Y MUCHO
MAS TORERAZO.
OJALA ESTA TEMPORADA DE 2020 TENGAS LA SUERTE DE ENTRAR EN MADRID Y SALGAS POR LA PUERTA GRANDE.
DIOS TE LO PERMITA ,UN ABRAZO