Cuando aún no han aparecido las primeras luces del alba sobre las colinas de levante y las moriscas aguas de Tarifa, una pequeña lucecita alumbra el guarda arnés, aquel imprescindible lugar donde los enseres del mayoral descansan de la fatiga diaria: los bocados, las monturas, las espuelas… infinidad de utensilios y artilugios que en el día a día facilitan la labor del campo
A la vera de la pequeña luz, Juan Guillen el mayoral de la ganadería de la Palmosilla se coloca las espuelas; no está solo, le acompaña su joven hija Zaira que también coloca espuelas sobre sus relucientes botos. Para el mayoral la jornada comienza temprano, antes de que las luces barrunten el día y los toros reclamen sus parcelas mugiendo y lanzando cornadas al viento, un viento que hoy despierta apacible y suave contagiado por la brisa marina algo muy a tener en cuenta en esta parte de nuestra piel de toro pues, como dice Zaira: “ojú” cuando hay levante. Pero hoy no, hoy despierta el día sedoso y agradable.
Ya amanecido, los pajarillos que son miles, trinan sobre los acebuches del parque de Los Alcornocales, privilegiado lugar donde la paz y la naturaleza conviven en perfecta armonía. A la vera del parque, Juan coloca la montura sobre joven yegua torda; la está poniendo, otra de las nobles faenas del buen mayoral la de “poner” o domar a los animales para las faenas de campo. Por su parte Zaira que a sus quince años ya demuestra una afición inconmensurable, prepara jaca blanca y alta que antes montara su padre. Dicen los hombres del campo desde antiguo que no hay mejor montura para un niño que un caballo campero que ande con ganado bravo.
Tras colocar las monturas recogen las garrochas y se encaminan al repaso diario de los animales, la primera tarea de la mañana para el mayoral, que en este caso Juan realiza junto a su hija. Da gusto contemplar en mitad de la campiña brava al relevo generacional, a los jóvenes que se asoman al campo bravo porque esto, como bien recalca Juan, te tiene que gustar, el campo y lo bravo. Zaira como experta amazona, lleva montando desde los dos años, hace collera con su padre y juntos parten hacia los cercados de los toros que hoy lejos de los ariscos días de levante, andan tranquilos y nobles sobre las verdes estribaciones de parque.
Muchos e incontables son los valores que transmite la noble profesión del mayoral y que la joven Zaira ya va recogiendo, la honestidad, la sinceridad, el compromiso y por encima de todos ese amor innato y vocacional hacia el toro bravo hasta el extremo de dedicar por entero la vida a ello tanto si templa el sol como si truena.
Es invierno aunque no lo parezca por las apacibles temperaturas, parece primavera, que registra el sur, lo que en el campo se traduce quizás como la época del año más cargada de trabajo, la paridera que ya ha comenzado, el enlotado de los animales, los tentaderos…
En el repaso diario de los cercados de las vacas Juan como buen mayoral, observa aquellas que acaban de parir y que él reconoce inmediatamente por lo que tras estudiar las triquiñuelas de la recién parida, son unas madres muy reservadas las vacas, para intentar despistar del lugar donde ha ocultado a su becerro, mientras se acerca al resto de la manada, Juan y Zaira con una asombrosa pericia buscan al recién nacido para acrotalarlo. No es tarea fácil que además requiere de una cierta dosis de paciencia y sobre todo del conocimiento de los animales para que la madre no sospeche nada. Una vez encontrada la somnolienta cría Zaira la acrotala mientras su padre la sujeta.
Resulta una imagen bucólica y magnífica contemplar a una niña acrotalar a un becerro, es como si de repente el campo se revitalizara, como si no hubiera perdido esa vida, ese aire fresco y nuevo y de repente cada cosa estuviera en su sitio.
Hay que tener mucha afición comenta Juan para pasar los inviernos y los veranos al cuidado de los animales, muchas ganas pero sobre todo mucha ilusión para despertar día a día en el campo, desde luego a Zaira ilusión le sobra a raudales.
Tras abandonar el último cercado a la vera del parque donde unos ciervos descansan y alrededor del mediodía, toca regresar al guarda arnés mientras la paz inunda los cercados, los pajarillos los árboles, la brisa el mar, la ilusión y la afición de manos de la hermosa y joven Zaira, que con su quehacer y tierna sonrisa nos muestra que en el mundo del campo bravo y más en concreto en el día a día de los mayorales, aún hay esperanza, la esperanza de que los jóvenes se acerquen a esta hermosa y única profesión.
Producción – UMAVACAM
Texto – MANUEL RIVAS
Fotografía – CARLOS CANALO DE MIGUEL
Idea original – CÉSAR BORREGUERO IGLESIAS